GENTE GUAPA, de Leopoldo Abadía

GENTE GUAPA

“Hemos de devolverle al trabajo su prestigio”.

LEOPOLDO ABADÍA

La víspera de su fallecimiento, Michael Jackson ensayaba con los bailarines que le iban a acompañar en su gira. Uno de los presentes dijo después: “Les estaba dando una clase”.
Alguno se quejó por tener que repetir y repetir y repetir, y Jackson le dijo: “Para eso son los ensayos”.
Grabé hace poco un anuncio. Yo pensaba que era cuestión de ir, decir cuatro cosas, sonreír y largarse. Pero no: era cuestión de ir, decir cuatro cosas, repetirlas, repetirlas… Por supuesto, sin dejar de sonreír. Ahora, cuando, de pasada, lo veo por televisión pienso que nadie se imagina la cantidad de horas y personas que hay allí dentro. Últimamente, trato con bastante gente del mundo de la televisión y del espectáculo. Y siempre me llama la atención lo mismo: que la presentadora que tiene fama (bien ganada) de guapa sale de su casa todos los días a las 5 y cuarto de la mañana para ir a trabajar. Lo cual quiere decir que se levanta antes. Y está en los estudios hasta las 2 de la tarde y, como dice ella, a esa hora se va a su casa a hacer de madre.
Así es la vida. Y eso es lo que se espera de cada uno de nosotros. Eso es lo que hemos de redescubrir. Digo “redescubrir” porque lo sabíamos desde siempre, pero quizá se nos había olvidado un poco. Llevamos unos años –bastantes– en los que parecía que había dos clases sociales: los que, de un modo maravilloso-milagroso-sorprendente-estupendo, ganaban dinero y los que vivían trabajando, con el único objetivo de sobrevivir.
Ya se ha visto cómo son los maravillosos-milagrosos-sorprendentes-estupendos. Iba a decir “ya se ve cómo han acabado”, pero es que no han acabado. Siguen haciendo sus cosas. Siguen haciendo daño. Y siguen saliendo en los periódicos o poniendo unos anuncios de sus actividades en los que aseguran cosas totalmente falsas. (Que yo lo he visto.)
A esas personas hay que ayudarles. Ayudarles quiere decir que alguien tendrá que decirles que ya vale de hacer el sinvergüenza, que ya vale de mentir, que ya vale de engañar al prójimo, haciéndole callar con la fuerza de sus amenazas. Porque, además, amenazan. Y digo que eso es ayudarles porque lo otro, dejarles que sigan haciendo las cosas mal, es malo para ellos y malo para la sociedad. Es malo para ellos porque acaban creyendo que lo hacen bien y, peor todavía, que lo que hacen es bueno. Y si alguien se atreve a decir que aquello está mal, le miran con aire displicente-despreciativo y le sueltan aquello de business is business, que, como no sé inglés, no sé qué quiere decir y, quizá por eso mismo, siempre me ha parecido una tontada.
Es malo para la sociedad por varias razones: Porque hacen daño a las personas que forman esa sociedad. Porque convencen al público de que hay que aspirar a ser así, actuando con el único fin de forrarse sin ningún escrúpulo. Porque la gente se desmoraliza (o sea, se desanima), al darse cuenta de que nunca será como ellos.Porque la gente se desmoraliza (o sea, pierde la moral), al pensar que si lo hacen ellos, ¿por qué no lo puedo hacer yo? Porque se produce la “fractura social” (ellos –los ricos– y nosotros –los pobres). Porque hacen que los “ricos” estén mal vistos.
(Los que me conocen, saben que, de vez en cuando, me voy por las ramas. Pero es que al hablar de los ricos, siempre me acuerdo de un amigo mío, rico de verdad, trabajador de verdad y generoso de verdad, que un día me dijo: “No sabes la suerte que tengo de ser rico, para poder dar más”. ¡Ese era un rico! Con él no había peligro de fractura social.)
Se nos ha olvidado lo de ganar el pan con el sudor de la frente. Y el día en que, al trabajar, sudamos, pensamos que es porque el ministro Sebastián ha ordenado que los termostatos no bajen de 25 grados.
Hemos de devolver al trabajo su prestigio. No puede ser que nuestra vida se reduzca a arrastrarnos, esperando la jubilación, para conseguir llegar a casa jubilados, reñir con nuestra mujer/marido al día siguiente y morirnos de asco dos meses después. A los hijos les tenemos que enseñar eso. Y hay que hacerlo sin muchos sermones, por dos razones:
Porque a los no profesionales del sermón, los sermones nos suelen salir bastante mal. Y porque, con la cantidad de sermones que leemos en los periódicos, en los que se nos dice continuamente lo que hemos de hacer, lo que no hemos de hacer, lo que hemos de pensar, lo que no hemos de pensar, lo que tenemos que decir, etc., sólo falta que, al llegar a casa, oasis de paz, en teoría, papá/mamá esté esperando al hijo/a para soltarle un rollo, que, además, en este caso, no es consecuencia, como los otros, de una directiva de la Unión Europea.
Ya han pasado los tiempos de la chapuza, en la que todo lo que se podía hacer mal, se hacía un poco peor. Eso ya no está de moda, gracias a Dios. Conozco muchas, pero que muchas personas, a todos los niveles, que trabajan en muchas, pero que muchas empresas, que intentan trabajar lo mejor que pueden y que, además, se están formando continuamente para estar cada vez mejor preparadas.
 Me decía hace poco una figura muy importante del show business que, a sus 50 años de carrera artística (tiene ahora 50 años más que entonces), empezaba una gira de 2 años. Como si quisiera quitarse mérito, me dijo: “Bueno, los conciertos no son seguidos”.
Pensé: “¡Menos mal!”. Y luego pensé también que este señor no tiene ninguna necesidad de embarcarse en semejante aventura, aunque cobre mucho, que es lo lógico.
Y, empalmando con lo que decía al principio sobre Michael Jackson, cuando este señor salga al escenario, cante y el público se alborote y las señoras mayores y las no tan mayores le griten “¡guapo!”, estoy seguro de que este señor mirará hacia atrás, a sus 50 años de carrera y hacia atrás, a los que han ensayado con él horas y horas y hacia atrás, a los que en aquel momento, sin que se les vea, siguen trabajando para que todo salga bien y pensará que, en el mundo, además de él, hay mucha gente guapa.
 

Acerca de Salvador Cortés

Escritura digital sin ton ni son
Esta entrada fue publicada en ARTÍCULOS. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario